Su muerte.

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Raymond Caver 1938-1988

Ray no durmió esa noche. Respiraba solo por su pulmón bueno. Vomitaba y se quejaba del dolor de cabeza. Hacía seis meses que el doctor le había anunciado el tumor en el cerebro. Ray le dio las gracias. Volvimos a Port Angeles, el estudio con el que siempre había soñado, con una chimenea y una vista del valle y las montañas con el mar al fondo, y se dedicó a escribir. Eso no lo dejaba dormir.

Salía a pescar a Morse Creek, donde pescó la única trucha arco iris que ha dejado ese río. También salíamos a caminar a sus orillas, donde nos poníamos a hablar de sus relatos, de sus posibles finales. Ahí planeamos nuestra boda en Reno, en la iglesia pequeña frente al ayuntamiento y pasamos la tarde jugando en el Harrah’s club. Y también el último viaje a Alaska.

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Raymond Carver y Tess Gallagher

Salimos temprano. Su empeño le pudo a las náuseas, a la respiración agitada, y a las constantes paradas. Nos reímos sin malicia de una garza que le robó un pedazo de pan a un pato, que se lo había reclamado a un anciano, que se alzó enfurecido amenazando la garza con su bastón. Así seguimos hasta el lugar en el que el río se une con el mar en el Estrecho de Juan de Fuca, setenta millas al este del pacífico. Jadeamos por la escarpada y nos sentamos en una piedra, excitados por haberlo logrado. Fue una de esas experiencias que te trasladan a otra dimensión, que te hacen repasar toda tu vida. Lo saboreamos, el hecho de estar compartiendo aquello todo el tiempo que durara, el agua fresca del río uniéndose al agua salada del mar.

Tuve la impresión de que la mirada de Ray se estaba impregnando de toda la belleza del paisaje. Cerró los ojos y me imaginé con emoción que la poesía llenaba su alma cuando de repente exclamó, con un suspiro:

─Era un pedazo de pan grande.

Entonces abrió los ojos, se levantó y volvió a sentirse feliz de nuevo.

─Te lo debo a ti, ya vez. Quería decírtelo ─me dijo.

Esa última noche habló de Tolstoi. Fue extraño que lo criticara tanto a pesar de lo mucho que lo respetaba. Dijo que el viejo se había equivocado con Ivan Ilich, que no había de qué arrepentirse. La luz comenzó a inundar la habitación y el miedo por haber sobrevivido otra noche se hizo notorio cuando no se pudo levantar a escribir. No nos dijimos nada más, solo nos miramos. Entonces, con el último brillo que vi en sus ojos me pidió que le pasara la libreta y el lápiz de la mesa de noche y escribió:

¿Y conseguiste lo que
Querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado sobre la tierra.

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Pocos días después de su muerte, entré en su estudio y me senté a su mesa durante un rato. Allí estaba sentada, sin más. Entonces me agaché y abrí un cajón. Dentro encontré una docena de carpetas llenas de ideas para futuros relatos que le habrían ocupado por lo menos hasta 2015. Me duele que no vayamos a tener oportunidad de leer esas historias. Pero no puedo sentirme triste por eso, debo pensar en lo mucho que fue capaz de darnos en tan poco tiempo. Debemos aceptar la suerte que eso supone para nosotros, porque además Ray se consideraba afortunado y estaba agradecido por ello.

Post de la serie

Edvard_Grieg_(1888)_by_Elliot_and_Fry_-_02
Si así ha de ser…
Buster-Keaton
Parece que Keaton hiciera todo el espectáculo
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Mis últimas palabras

Un comentario en “Su muerte.

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